Nació con una serie de males, el menos grave de ellos el síndrome de Down En Masatepe, conocida por sus sabrosas tamugas, la famosa sopa de mondongo, las riquísimas e inconfundibles cajetas, la belleza de su artesanía y la delicadeza con la que trabajan los muebles en mimbre y ratán, se está desarrollando una historia de amor, de ahínco y fortaleza a la vida que voy a compartir con ustedes, amigos lectores.
Lisseth Mercado y Javier Rodríguez, ambos ingenieros agrónomos de profesión, eran un joven matrimonio próspero y feliz, con muchos sueños por cumplir y metas que alcanzar. Pero su más caro anhelo estaba cifrado en el nacimiento de su primogénito, que venia en camino, pues la joven madre estaba embarazada.
Fue un 27 de enero de 1987 cuando nació Carlos Javier Rodríguez Mercado. Todo parecía estar bien: el bebé nació sin complicaciones, en un parto natural. Cuando el pequeño tenía ya quince días de nacido la madre lo llevó al Centro de Salud para que realizaran un chequeo de rutina.
El pequeño fue creciendo y continuaron sus chequeos rutinarios. Esta vez lo llevaron a la policlínica Nicaragüense, en esa época atendía el Doctor César Gutiérrez Cuan, pediatra Neonatologo. El galeno le chequeó muy exhaustivamente y detectó algo en el pequeño que le pareció muy extraño y decidió comunicárselo a sus padres.
Al darles el diagnóstico a los padres les dijo: “yo quisiera equivocarme, pero el niño trae problemas en el corazón. Tiene una hernia umbilical y por los rasgos que él tiene, creo que el niño tiene el síndrome de Down, lo que nosotros conocemos como mongolito“, dijo el doctor.
Confirman el padecimientoEl mundo se les vino encima al recibir esa noticia. El médico les sugirió que consultaran a otros especialistas si ellos así lo deseaban, y así fue.
Cuando llegaron a Masatepe consultaron al Doctor Alemán, también pediatra. El doctor Alemán fue más directo y les dijo: “Este niño viene fallado”.
Con la esperanza de que el diagnóstico fuera errado, la abuela preguntó incrédula ¿fallado cómo? Si... contestó el doctor, este niño es mongolito.
Fue algo duro. “Más duro porque era nuestro primer hijo. Fue un golpe bastante fuerte”, nos relata la madre entre llantos.
El padre no se hallaba en Masatepe, pues se encontraba cumpliendo su servicio militar. Eran tiempos difíciles para el país y él estaba en la montaña, pero a pesar de todo siempre se mantenía al tanto de su familia. Esa misma noche llamó para ver qué era lo que había dicho el médico. Su esposa y su suegra se pusieron de acuerdo en no decirle nada para no preocuparlo antes que llegara a casa.
El padre del pequeño llegó al día siguiente y le dijeron que tenían que darle una mala noticia y que tenía que ser fuerte. Le dijeron que el niño tenía el síndrome de Down y que su esposa iba necesitar mucho de su apoyo. Al recibir la noticia, el padre se impactó y sintió que el mundo se derrumbaba.
El tiempo fue sanando la herida de los padres hasta casi normalizarlos. Carlos Javier fue creciendo, con sus limitaciones, pero con la ayuda de sus padres el pequeño superaba las pruebas. Caminó hasta los cuatro años, lo que fue un gran logro para los padres. Por recomendaciones de unas maestras de la escuela para niños especiales entró a la misma, donde aprendió a socializar con otros niños de su edad y con sus mismas restricciones.
La madre reconoce que ellos, como padres, fallaron con respecto al desarrollo psicomotor del pequeño, y es que nunca le enseñaron a hablar. Todo lo empezó a pedir por señas, por eso el niño tiene un vocabulario bien escaso. “El dice algunas palabras, como mamá, papa, no inventes”.
”No hay un año que Carlitos no parta su pastel de cumpleaños porque no sabremos si el próximo cumpleaños lo vamos a tener entre nosotros”, nos dice llorando la madre.
Hace cuatro años, los padres de Carlos Javier lo trajeron a Managua a la Clínica Cardiológica del Valle. Ahí fue atendido por el doctor Narváez, cardiólogo con especialidad en pediatría, quien le hizo un chequeo medico exhaustivo y al ver los resultados pidió hablar con ellos a solas.
Lo que les dijo los dejó devastados: el doctor no se explicaba cómo es que Carlos Javier, quien tenia entonces 17 años, estaba vivo. Les platicó de su experiencia como médico y de los casos que ha tenido que tratar, y no entendía cómo es que el niño estaba aún con vida. Para graficar el caso, les puso de ejemplo dos láminas, una de un corazón normal y la otra de un corazón con las válvulas obstruidas a través de los tabiques, como las tiene el niño en la actualidad y eso hace que la sangre fluya con una fuerza increíble y que no se purifique.
Ahora, Carlos Javier tiene 22 años. Visita la clínica cada seis meses donde le realizan una serie de exámenes rigurosos. Mantiene su hemoglobina a 22, cuando lo normal debería ser de 14 y tiene la sangre tan espesa que se la tienen que arralar con una especie de suero. Hay ocasiones que no quiere tomar los medicamentos y le hace de señas a la mamá que le dan ganas de vomitar, pero la madre le dice que si no los toma no va a ver a su tía Ilma, “y como ella es su adoración”, el niño accede a tomarlos.
Los Rodríguez Mercado tienen dos hijos más: Manuel Enrique, de 14 años y Nataly, de 9. “Son normales, gracias a Dios y han aprendido a convivir con él. Le ayudan en lo que pueden aunque en algunas ocasiones tengo que mediar entre ellos cuando, como todos los hermanos, discuten por algo, pero por lo demás los hermanos lo han aceptado”, afirma la madre.
Carlos Javier es muy conocido en todo Masatepe. Las gentes le dicen “Chayanne” o “Tanita”, de cariño. Le gusta la música reggaetón y la lucha libre, colecciona cuadernos con las imágenes de estos maestros del ring. En ocasiones se le escapa a la mamá de la casa y se va al “Pali” a empacar la mercadería de los compradores y estos le dan propinas algunas veces tan generosas que anda más dinero que los padres.
Estuvo yendo a una escuela especial en San Marcos, pero cuando los alumnos cumplen los 18 años el Ministerio de Educación los remite a escuelas donde hay talleres para que puedan aprender algún oficio. Carlos Javier fue remitido a Jinotepe, pero como muchos niños se retiraron, no había posibilidades de que el bus pasara sólo por unos cuanto niños. Sin embargo, este año la escuela “La Antorcha” está haciendo gestiones para reunir a más niños con capacidades diferentes y llevarlos de nuevo a la escuela, donde les enseñan carpintería, jardinería, manualidades, etc. A él en particular le gusta la carpintería y sabe usar el martillo, el serrucho y hasta ha realizado trabajos manuales.
La madre atribuye que él aun esté vivo a “esas ganas que tiene de vivir por el amor a su tía, a sus hermanos, a sus padres, a su tío Manuel” y a los ruegos que ella le hace a Dios para que se lo preste un poco más de tiempo, pues está consciente de que el niño “es como una bomba de tiempo”, según diagnósticos médicos, pero aún así ella se aferra a su primogénito.