jueves, 9 de julio de 2009

Un escultor perseguido por la desgracia


Aún no concluye una obra iniciada a

raíz del huracán Juana, que lo afectó


En los años 80 simbolizó al

sandinismo con la figura de un sapo


Foto: Michael Garay

Desde pequeño soñaba con ser escultor. En 1937, cuando apenas contaba con siete años observaba cómo su padre trabajaba con la madera, pues era un gran ebanista. Su taller, en la colonia Somoza de la vieja Managua, fue tal vez el primero que abrieron los artistas en esculpir la madera en esta ciudad.

Recuerda que en su casa había diferentes catálogos de grandes escultores y entre ellos algunos del famoso escultor, arquitecto y pintor italiano del Renacimiento Miguel Ángel. El niño observaba con gran admiración la variedad de piezas de arte que aparecían en el muestrario.

Carlos Escobar es ahora un escultor que lleva 60 años de su existencia dándole vida y forma a la madera, creando piezas esculturales que llaman la atención de cualquier curioso que se acerque a observarlas en las exposiciones que realiza todos los días en el porche de su humilde vivienda ubicada en el barrio de Altagracia, pues cada una de sus piezas tiene una historia que contar.

Cuando tenía catorce años falleció su padre. Entonces Carlos se hizo cargo del pequeño negocio que tenían y tomó la responsabilidad de terminar de criar a sus pequeños hermanos.

En una época don Carlos tuvo gran éxito en su trabajo, pues en cierta ocasión mandó a los Estados Unidos cuatro cajones de sus esculturas compradas por una nicaragüense, que las llevó a vender a este país del norte. Fue tanto el éxito, que los compradores le pedían más mercancía, pero por la enfermedad de su esposa y su hija no pudo continuar con esta pequeña industria.

Esta producción yo no la debí de haber dejado nunca. Ahorita tendría no menos de setenta diferentes estilos y eso es un caudal para la industria de la escultura. Es por eso que a la mayoría de mis trabajos les pongo el escudo de Nicaragua”, afirma don Carlos.

A lo largo de su vida a don Carlos le ha tocado recorrer caminos duros y difíciles. Ya no recuerda cuántas piezas ha hecho y todas de diferentes formas, tamaños y estilos. Trabaja de tal manera que entre las piezas de arte que ha elaborado algunas pesan menos de cuatro onzas. Todas son elaboradas con cedro real, una de las maderas más finas y caras que existen.

Don Carlos tiene una escultura que la está trabajando desde que la furia del huracán Juana azotó con sus devastadores vientos a nuestro país. La historia de la obra nos la cuenta don Carlos con un tono melancólico y con los ojos llorosos. Resulta que cuando el terrible desastre tocó tierra nicaragüense los vientos botaron un árbol de guayaba en el cual él hacia ejercicios y se abastecía de sus deliciosas y jugosas frutas. Le dolió ver cómo las fuertes embestidas del viento lo arrancaron de cuajo. Pero después, al volver la calma, le brotó la inspiración de crear una nueva obra de arte y así fue como nació “La hija del huracán Juana”, nombre que le puso a la escultura en la que lleva trabajando veintidós años de su vida y en la que se pueden ver reflejadas olas azotadas por los vientos, que se entrelazan con rostros y partes de cuerpos humanos y de animales. Luego, en la parte media de la escultura, se observan los senos de una mujer para concluir en la cima con la fruta de una guayaba.

Otra de sus obras que lo marcaron en su vida está hecha en cerámica y la empezó a realizar a finales de los años 80, cuando los vecinos hacían vigilancia nocturna en los barrios. Su esposa estaba muy enferma, postrada en una silla de ruedas ya que había sufrido un derrame y él a la vez cuidaba a su pequeña hija, que también estaba en una silla de ruedas ya que la pequeña había nacido con serios problemas cerebrales.

En ese momento yo tenia una gran pelota de cera que la iba a ocupar para hacer otros trabajos, pero me enojé tanto con el gobierno de turno por la injusticia que querían cometer en contra de esta pobre mujer que no recibía ninguna atención de las instituciones del Estado sandinista que lo único que se me ocurrió fue hacer un sapo”, explica el escultor.

Don Carlos nos cuenta que en esa escultura quiere plasmar la hipocresía y la falta de humanidad que existía en ese entonces.

En esa escultura de protesta se puede apreciar a un sapo con boca y orejas de humano, que según el escultor es lo que caracteriza a un delator y con nariz de perro que anda olfateando todo a su alrededor. En una de sus manos el animal carga una bolsa, en la que él quiere simbolizar todo lo que se estaban robando; en la parte inferior se pueden observar unas manos encadenadas que están sosteniendo al animal a la vez hay unas escaleras que simbolizan a los nueve comandantes.

Por haber hecho esta escultura don Carlos recibió una serie de amenazas por parte del gobierno, ya que la misma fue publicada por la prensa nacional.

Hoy en día, don Carlos tiene 80 años y espera vivir unos 15 años más para viajar a México y comprar un par de colmillos de elefante y hacer con el marfil por lo menos dos nuevas obras. “No me voy a morir hasta que realice uno de mis trabajos con este material, porque es uno de mis mayores sueños”, afirma.

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